
Todo proceso migratorio implica el encuentro entre dimensiones culturales que suelen ser distintas. Cada uno de nosotros transita por un proceso de socialización a través del cual nuestra identidad se va construyendo en el contexto de la interacción con los demás. Así, entramos a una sociedad determinada con nuestro nacimiento, se nos proporciona un nombre, se nos reconoce como un igual y potencialmente como un sujeto con el cual potencialmente podemos establecer una conversación, lo que implica un acto de reconocimiento y de respeto mutuo. Quienes hablan lo hacen desde un plano de igualdad en el cual se cumplen ciertas normas y que, cuando lo hacemos en serio, supone la disposición de escuchar las razones de los demás, de validar su derecho a manifestar su pensamiento y defender sus posiciones mediante argumentos. Así hemos decidido que nuestras diferencias se resuelvan mediante la conversación y no por medio de la violencia.

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El Mac’s Club Deuce es el bar más antiguo de Miami, lugar favorito de Anthony Bourdain e inspiración para la novela Crime de Irvine Welsh

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And just like that…, 2da temporada| Series sobre 9
En esta escala de valoración, evaluamos And just like that, en su 2da temporada de HBO Max. Rubros como argumento, producción y actuación se pesan sobre 9 puntos.
Ortega y Gasset refiere que el saludo moderno por medio del cual nos estrechamos la mano tiene un origen primitivo. Era común entre los diferentes grupos de cazadores y recolectores que se produjesen intercambios de los diferentes productos y bienes. Así, aquellos que se especializaban en la pesca podían obtener, a cambio de algunos peces, un trozo de carne de aquellos especializados en la caza mayor. Pero, era claro que no tenían razones para confiar los unos en los otros y que siempre habría la tentación de apelar a las armas para apropiarse del bien ajeno, como bien lo descubrió Otzi, el llamado hombre de hielo que fuese asesinado en los Alpes Tiroleses hace poco más de cinco mil años. Es el caso en que, al intercambiar mercancías, nuestros ancestros colocaban la lanza en el suelo y se tomaban de la mano para evitar que se produjese una agresión mientras con la otra realizaban el intercambio en cuestión. De esa manera, nuestro saludo es, en cuanto a su origen y significado, un gesto de no agresión, que nos invita, eventualmente, a confiar en el otro.
Ahora bien, es fácil realizar un gesto de apertura en el contexto de nuestra identidad cultural, a fin de cuentas, en ese contexto del cual formamos parte se genera un aprendizaje sobre las formas explícitas e implícitas del lenguaje, nos apropiamos de un universo simbólico que se vuelve familiar y que compartimos con nuestros semejantes. En el contexto de nuestra propia sociedad es fácil determinar el significado exacto de las palabras y los gestos, es relativamente sencillo leer a los demás, identificar lo que se quiere decir, incluso en los elementos del lenguaje no hablado o las insinuaciones. En general, por ejemplo, el humor tiene un carácter cultural que a veces puede traspasar las fronteras de las identidades culturales y a veces no. Tengo la impresión, por ejemplo, de que a los alemanes se les hace muy difícil entender nuestra lógica del doble sentido, de la misma manera que la amistad tiene una forma distinta de comprenderse. Las expectativas entre los amigos alemanes y los latinoamericanos son totalmente diferentes. Todo esto es así, porque las dinámicas de nuestros universos culturales son diferentes, lo que hace que nuestra conversación esté sometida a códigos diferenciados. Los cuales no solo tienen que ver con el lenguaje, que ya es mucho decir, sino también y sobre todo con nuestra cosmovisión (Weltanschauung).
En cuanto al lenguaje, uno podría decir que existe una relación íntima con nuestra lengua materna. Existen estudios que demuestran que nuestra primera lengua se desarrolla de manera preferente en el hemisferio izquierdo de cerebro, donde se sitúan las estructuras encargadas directamente de lidiar con el lenguaje verbal y escrito, mientras que las lenguas sucesivas se aprenden y se manejan con el hemisferio derecho. De acuerdo con los científicos, esto facilita el manejo de las palabras y las expresiones que usamos para comunicarnos. No hablo acá, por supuesto, de las ideas. Una cosa es lo que pensamos y otra la manera que tenemos para expresarlo. A veces me burlo de mí mismo diciendo que yo puedo ser inteligente en español, un poco menos en inglés y mucho menos en alemán. Pero se trata claro, de una percepción equivocada. Me gusta mucho aquella escena del Padrino, que es la mejor película del siglo XX, en la cual el viejo Vito Corleone, en una reunión entre los diferentes grupos de la mafia que, de acuerdo con la narrativa de Mario Puzo (–es ficción, claro–), dominaban el mundo del crimen y la política en los Estados Unidos de su tiempo, les recuerda a sus pares que el hecho de que él hable con acento no quiere decir que piense con acento. No sé si me atrevería con Wittgenstein que «en los límites de mi lenguaje estén expresados los límites de mi mundo”, como decía antes, hay una diferencia entre mi capacidad para pensar y mi capacidad para expresar mi pensamiento, pero ciertamente, los límites asociados con la capacidad expresiva tienden a limitar nuestra capacidad para interrelacionarnos con los demás, sobre todo cuando lo hacemos en otro idioma.
Estas limitaciones no se limitan a lo idiomático. Las dinámicas valorativas e identitarias juegan un rol fundamental en el ejercicio de la comunicación intercultural, como bien podría atestiguar cualquiera que haya vivido una experiencia migratoria. Siempre nos encontraremos con una variación en los códigos valorativos, en la comprensión de la realidad, en la valoración de las cosas. Nuestra forma de ver el mundo tiene que ver con quienes somos, con nuestros orígenes, nuestros aprendizajes, nuestras experiencias, tanto como con la constelación cultural que nos arropa. Así, por ejemplo, en español nos encontramos con una luna femenina, –con “senos de duro estaño” diría García Lorca–, el poeta nos habla de un ente sensible, con una feminidad desbordada que al mismo tiempo puede estar cargada de sensualidad o puede ser el presagio de la muerte que también es una figura femenina entre nosotros. La luna quiere ser madre, invocaba aquella vieja canción de Mecano que no solo refleja la idea de la maternidad, sino que previamente transita por la idea de la lujuria y del deseo. En todo caso, me parece, que entre nosotros la luna hace referencia al poder de lo femenino, al roce sutil, a la mirada a media luz.
Ninguna de estas imágenes resultará familiar o comprensible para algún Europeo del norte que se aproxime descuidadamente al tema. La luna (Der Mond para los alemanes) tiene un carácter masculino. De ella decía Nietzsche que era un monje que veía a la tierra con envidia. Esa diferencia, decía Borges, hace que una metáfora que tiene un perfecto sentido en medio de un determinado universo simbólico, no lo tenga en algún otro. En la dimensión cultural alemana, por ejemplo, la luna parece un viejo solitario, hosco, distante, elusivo. Así, la luna es un espejo en el que nos reflejamos desde nuestra propia manera de comprender el mundo. Este pequeño ejemplo muestra, en alguna medida, esas diferencias que encontramos cuando nos enfrentamos a universos culturales diversos, cuyos códigos no se entrelazan fácilmente entre sí, lo que hace difícil comprender los comportamientos que encuentran su significado en un universo cultural distinto al nuestro, pero que tiende a sernos ajeno. Más allá del significado de las palabras, termina uno preguntándose qué es exactamente lo que me están diciendo. De manera que integrarse a una nueva sociedad siendo un migrante implica un proceso de reinvención de la identidad propia, reconstituir sus propias metáforas e incorporar los códigos culturales de la nueva sociedad a los que aprendimos desde que éramos niños y que a veces pasa por dejar que nos abrace un sol suave y radiantemente femenino.
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Doctor en Ciencias Políticas y escritor.
Columnista en The Wynwood Times:
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