
Hace más de 5000 años, Arjuna, un guerrero en un campo de batalla, se encontró en su hora más oscura. El guerrero lucharía en la guerra de Kuruksetra para determinar el destino de la India. Con el país dividido en dos, Arjuna debía encaminar una lucha en contra de parientes y amigos. Esto lo llevó a olvidar su deber como Ksatriya y, confundido, decidió no luchar.
Ahí estabaArjuna cuestionando su Dharmadurante su hora más oscura, hasta que llegó Krishna quién, al observar a su amigo confundido, entabló un diálogo para iluminarle y recordarle su deber inquebrantable con Él. Krishna llega a Arjuna para recordarle a las almas perdidas su deber y su naturaleza. Pero ¿cómo extrapolar el deber y la naturaleza a momentos contemporáneos donde la humanidad atraviesa, quizá, una de sus horas más oscuras?

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Escribo este texto desde mi balcón, en la ciudad de Cali un 3 de mayo a las 9 P.M. Los casos del virus en Colombia reflejan números históricos en la segunda ola que agita al país y en las calles retumba el sonido de las balas. En la tarde, el olor a pimienta entró por el balcón, que da a la plaza de la alcaldía, y nos puso a todos a llorar. Tomé los binoculares para mirar más de cercala batalla campal que tomaba lugar en planta baja. Recordé las palabras de Krishna:
“Los antiguos buscadores de la liberación también cumplieron sus deberes con esta comprensión. Por lo tanto, deben cumplir con su deber como lo hicieron los antiguos”.
El Bhagavad Gita, como tantos textos antiguos, nos muestra varias luchas. La más notable, quizá, es aquella que libra el propio guerrero y, que, a su vez, libra todo hombre, en su interior. Krishna llega para recordarle que Él es el camino y la consecuencia. Así mismo, podría encontrarse la influencia de la batalla del individuo en el mundo occidental al leer la epístola de San Pablo a los Romanos. Podría pensarse que esta lucha es un hecho irrepetible. Podría pensarse también que los cuestionamientos de Arjuna quedan resueltos y que el Gita sirve una función histórica de retratar al mundo como una propuesta para escapar del pasado. Pero ¿qué tan distante queda el cuestionamiento del guerrero y su participación en la batalla cuando las eventualidades son, si no cíclicas, de carácter humano?
Arjuna era un gran guerrero. Nadie se atrevía a quitar el arco de sus manos durante una batalla. Pero, cuando Arjuna evaluó el campo en Kuruksetra, su cuerpo entero tembló y la ansiedad lo ocupó entero. Allí, decide abandonar la guerra. Incluso un gran guerrero como Arjuna fue capaz de cuestionarse. Cuando Krishna llega y le revela la importancia de mantener su deber, justo allí, es donde vale realizar una pesquisa para contestar la pregunta del cuestionamiento anterior. El mensaje va más allá del poder del arma y de la guerra. El constructo social del individuo, sus habilidades y sus experiencias no pueden garantizarle libertad de las ataduras que hacen girar las cuerdas del mundo. La batalla no nos aleja del cuestionamiento, más bien, nos acerca a él. La verdadera naturaleza del ser, según Krishna, es espiritual, y los aprendizajes y bienes adquiridos en la tierra no son suficientes para sobrellevar la vida. El ser humano, acorde a su deber, debe permanecer “libre de deseos, mente y sentidos bajo control, renunciando a toda propiedad, haciendo meras acciones corporales”. El Gita, si bien nos propone un camino, también nos propone un cuestionamiento: Aquel que libramos desde el interior cuando nos cuestionamos nuestra participación en nuestras propias batallas. Podría proponer entonces una narrativa de carácter de memoria histórica, pero, a su vez, el Baghavad Gita trae consigo la narrativa de la memoria humana: Aquella que habla de nuestra propia naturaleza.
Estas ideas, traídas al balcón de mi apartamento, no logran otra cosa sino exhibir los retos que impone el mundo ante la propia naturaleza humana. Me hago preguntas y la cuestiono.¿Será esta naturaleza la encargada a tentarnos a salir a la calle y abandonar los miedos de un virus que nos acecha a cada segundo, para así librar una batalla contra las redes que,creemos, nos atan a la materialidad? ¿Cómo dar con el desapego ante una vida que, cada vez más, nos incita a apegarnos para poder aspirar a la realización de nuestro Dharma? ¿Nos libran estas batallas de la lucha en contra de nuestra naturaleza o nos atan a su favor?
Quizá la cuestión no se resuelva en la respuesta, sino en la acción:
“La acción es el producto de las cualidades inherentes a la naturaleza”.
Pero, para determinar el curso correcto de la acción, según Krishna, hace falta abandonar el motivo egoísta detrás. Es decir, hay que obrar en función al deber, y solo tras lograrlo –tras accionar abandonando todo deseo y apuntando la mirada hacia nuestro Dharma– podremos alcanzar la posición existencial del ser: Nuestro Jiva.
El deber: ¿Qué tan claro está? En el hinduismo, queda claro puesto que no existía el desplazamiento social. El Dharma era aceptado y no se cuestionaba ni se aspiraba a otro. En este punto de inflexión entre el oriente y occidente se encuentra, quizá, una respuesta importante ante la inconformidad creciente en las afueras de mi balcón: El individuo aspira aotro Dharma, uno que incurra una mejora que, en la mayoría de los casos, significa un regreso a su propio pasado. Retomamos esta idea que persiste en nuestra cultura latinoamericana que nos dice que antes estábamos mejor. Y si, en su defecto, la lucha es al pasado, a tiempos mejores, a la idea de “cuando éramos felices y no lo sabíamos”, ¿no estamos, entonces, reconociendo un Dharma anclado a una buena parte de nuestras vidas? ¿No es esta lucha un grito hacia la realización de un destino ya encontrado,pero, ahora,inalcanzable?
Para Khrisnahay dos situaciones inevitables: El nacimiento y la muerte. Es a través de estas situaciones en el mundo material que el individuo aprenderá. La vida es, entonces, una escuela, y el individuo un pupilo. Cada acción trae consigo un Karma, donde los malos sufren las fechorías en esta vida u otra y los buenos son recompensados. De cierta forma, tanto lo inevitable, como el Dharma y el Karma, nos anclan al mundo interior del individuo: Nos transmuta a un espacio que, desde hace cinco mil años, no se ha transformado.
Lo que sí ha cambiado es, quizá, el funcionamiento del mundo. La sociedad se ha transformado y exige. La hora oscura escada vez más oscura y no hay luz que, desde los fines de mi balcón, se le escape. Pero ¿no fue Arjuna un guerrero con debilidades y obstáculos similares en los individuos del 2021? ¿En aquellos que devuelven los gases lacrimógenos? ¿En aquellos encargados de lanzarlas?
A partir de este raciocinio y con tres helicópteros rondando en mi balcón a las 11:00 PM, intuyo que un texto ancestral como el Bhagavad Gita no es solo necesario en estos tiempos sino, también, relevante. Las ataduras que, paradójicamente, hacen girar las ruedas del mundo, cambian y transforman los estresores; líderes, políticas, bienes y formas sociales. Pero algo que permanece con uno como individuo y con aquella otra parte pragmática que nos habita, es la lucha que transcurre en nuestros adentros y batalla nuestras debilidades más profundas. Es un Arjuna y su Dharma que habita dentro con nombre propio: El nuestro.
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Escritora, educadora, catadora de mares.
Columnista en The Wynwood Times:
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