Back to the serie | Cold case

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Entrevista con Luis de la Paz

Entrevista con Luis de la Paz

El escritor cubano Luis de la Paz nos habla sobre su última novela “Por las paredes” y más sobre su vida como emigrante en Miami

Sobre el ánimo de conversar

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Creo que el tiempo de la conversación no es un tiempo perdido, al contrario, es una inversión en la humanidad. Reflexiona Miguel Ángel Latouche

Hay muchas formas de retratar al país. Puede ser desde lo que nos cuentan o lo que viven los que se quedan. También, desde las noticias que emanan necesidad aún cuando nos negamos a escucharlas. Pero, cuando una mirada ajena entra a las profundidades de la casa, sus ojos son capaces de dibujarnos un lugar que, aunque partido en dos, nos duele y nos embriaga de melancolía. Aquí entendemos que la casa no deja de doler. 

Esto me sucedió leyendo el libro de la escritora colombiana, Melba Escobar, titulado “Cuando éramos felices pero no lo sabíamos”.  La escritora realizó cuatro viajes entre Venezuela y Colombia para explorar la frontera líquida que nos divide y nos une. El libro es más que una crónica de viajes: es un tiquete a los adentros de una voz que narra y sufre la pérdida de una madre, el acercamiento a una pandemia que se avecina y la visita a un lugar distinto pero conocido. Desde este lugar, conversé con la autora a mediados de año. Este es un pequeño resumen de un viaje muy amplio con la autora:

 

Hay una sobre abundancia de noticias que hablan de Venezuela. Exponen una cara muy particular con respecto a su situación. Sin embargo, tu libro no parte de aquí. Propone una visión distinta.  ¿Cuál fue el punto de partida de esta historia?

Alguien alguna vez dijo que uno escribe el libro que quisiera leer y lo encuentra. Era muy claro la sensación para mí de que cuando se hablaba de Venezuela, se hablaba siempre desde el mismo lugar. No encontraba la historia del día a día: El relato humano que uno veía en las calles de Bogotá y se intuía, pero que nunca llegaba a conocer a través de los medios. Eso me empujó a viajar y a conocer.

 

Cuando entraste a escribir, ¿lo hiciste escapando del discurso político?

Quizá sí. Estaba buscando el lado más personal, más honesto, no tan cargado de intereses al no decir una cosa o la otra. 

 

Viajaste cuatro veces entre Venezuela y Colombia. ¿Cómo utilizaste estos viajes como pieza clave de la documentación?

Conseguí una beca, y a través de eso fue posible financiar los viajes. Los viajes son muy espontáneos, mucho fue dejarme ir y dejarme llevar por lo que iba descubriendo. No era solo descubrir los lugares ni las personas, era también un viaje interior muy profundo. Entre el tercer y el cuarto viaje, el libro tiene lugar durante la fase terminal del cáncer de mi mamá. Ella muere entre el tercer y cuarto viaje. Estaba en una búsqueda de la compresión, la compasión. Un intento también de soledad. La soledad como alimento. Creo que uno se conecta con un estado de ánimo especial cuando está pasándola mal. Este libro claramente tiene un estado de ánimo; humor, resiliencia, fortaleza y otros valores que no son tristes, pero sí hay una tristeza en el libro, que es de cierta forma la semilla y una búsqueda de sentido. 

Creo que, si no hubiera estado en duelo, creo que no habría podido conectar con un sufrimiento que es colectivo, general, tanto los que se han ido como los que se han quedado, y, que de alguna manera también los tenemos muchos colombianos. 

Son dolores de patria que vivimos de distintas maneras, pero son identidades complejas y sufridas ambas.

Hay crónica. Hay autobiografía. Hay un yo que habita la historia. ¿Esto vino orgánico?

Fue algo que sucedió. Es lo más bonito del libro. Soy novelista, hasta ahora las novelas que he escrito han tenido mucho trabajo previo. Hay mucho cálculo. En cambio, con este libro, se produjo un viaje geográfico e interior. Me permití perderme y dejar ver qué pasaba.

Entonces, ¿está todo el libro escrito en caliente?

Todo, aunque siempre hay un proceso de reescritura y edición. Los detalles simbólicos importaban mucho. Olores, colores, palabras particulares, la particularidad que veía de Venezuela o lugares que visitaba. No quería que se me escapara y buscaba recrearlo. 

 

Hay una frontera líquida entre Colombia y Venezuela. ¿Cómo ves esta dinámica?

La similitud que veo es la pasión inmensa, que muchas veces está por encima de la racionalidad. Puede ser muy hermosa y está muy presente en la literatura, en la música, en la comida, en la forma de hablar. Pero en la política puede ser muy complejo. El problema es cuando la pasión y la emoción le gana la mano a la sensatez. Por más que esas emociones estén bien fundadas, nos puede generar aún más daño. Eso no lo vemos y no lo pensamos en el momento. 

 

Como yo, hay muchos venezolanos que no han visitado la casa en años y no saben cómo dibujarla. Esta novela tiene ese poder de dibujar al país y a su gente. ¿Sientes que en este libro propones una nueva mirada al país?

Sin duda, esto lo he escuchado un montón. Es un esfuerzo, una negociación de los dos bandos. Yo sería incapaz de ser ese libro de Colombia, por estar tan implicada en entender la realidad propia y tener tanta emoción. Sería incapaz de escuchar ciertos discursos que pude escuchar en Venezuela. Siento que hay que tener cierta distancia para poder escucharlo. Hay una dosis agridulce para un venezolano que se diga, ¿esta persona cómo puede estar diciendo lo que está diciendo? 

Era, precisamente, pasar esta cámara y ver las miradas. Son miradas en su contexto. Uno logra o trata entender desde dónde está hablando esta persona: ¿Desde el hambre, o la pobreza, o la riqueza, o el privilegio?

Este libro es un puente, o varios puentes. 

 

Una pregunta más. Escribir, para Melba, es:

Vivir.

El libro ha sido publicado por la Editorial Seix Barral. 

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