La memoria va a mostrar sus verdades (deslumbrantes y sanas; terribles, inaplazables) pero solo cuando el tiempo vuelva a dejar partes de nosotros atrás.
Percusión.

José Balza
Leer a José Balza siempre es una experiencia extraordinaria, y le viene bien el adverbio: literariamente extraordinaria. Esta sensación me acompaña desde la primera vez que lo escuché en clases, y no fue precisamente en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, pues para entonces ya no daba clases allí, sino en la Escuela de Historia en donde asistí como oyente. En mi pleno desconocimiento de aquella máquina de palabras, de aquel profesor que derrochaba una vasta cultura hasta con sus silencios, quedé deslumbrado. De allí salí directo al famoso pasillo de ingeniería y me hice de Setecientas palmeras plantadas en un mismo lugar. Después leí, sin orden alguno en mi típico desorden como lector, Después Caracas; Largo; Medianoche en video ⅕ (estás dos últimas las releí recientemente) y años después de graduarme Un hombre de aceite; Pensar a Venezuela y Play B, libros que me dieron la oportunidad de poder entrevistar al autor. Pero nunca pude conseguir Percusión, libro que me recomendaron con efusividad rotunda algunos libreros amigos, como profesores de la universidad. Quiso la suerte que ahora, en pleno 2023, pude hacerme de mi ejemplar gracias una reedición estupenda de la Editorial Cátedra, bajo la curaduría del escritor venezolano Juan Carlos Chirinos, con una introducción y unas notas a pie de página que le dan un valor agregado indiscutible.

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Entrando en materia, nos hallamos en Percusión con el típico caleidoscopio al que José Balza recurre para desarrollar la trama, tanto de las historias como —y principalmente— la de sus personajes. El narrador de esta obra, un hombre de la bien llamada tercera edad, recorre su vida, sus tiempos, para contarnos lo que sucede en ella: las cuitas de sus amores, las del día a día y la de sus viajes, tanto físicos cuando parte a recorrer el mundo, como ese viaje interno que nos sumerge en una circularidad al partir, ya viejo, hacia ese retablo de asombros que puede llegar a ser la juventud: “aún puedo decir que tampoco serviría de nada ser joven: ya lo fui, ya retuve las esperanzas oportunas: y el futuro llegó, está aquí conmigo, sin salvación”. Es imposible leer este libro, en realidad cualquier libro de Balza, y no sentir que estás en presencia de una cátedra de lo que es, y debe ser, una narrativa de primer nivel, en donde lo más trivial es expuesto de una manera tan magistral que, hasta para el lector menos atento, es imposible no preguntarse cómo lo logra, cómo alcanza con cada palabra y la sintaxis precisa, esa plasticidad que en múltiples ocasiones invocan lo poético, lo estético.
Todo comienza así: “«El hombre más bello es quien llega desde el lugar más lejano», dices al verme, como si yo hubiera partido ayer, como si este encuentro no ocurriese con cuarenta años de separación”. Y es que en esta obra, todo es tiempo, o mejor dicho, es a través de la temporalidad que se van encadenando los hechos que la voz principal quiere narrar. Ese que lo recibe desde la primera página, como si cuarenta años fueran un plis plas, será el cuenco en donde se depositarán las historias; será quien mutará en ese otro que llega transformado de su peripecia de cuatro décadas por el mundo. Le dice: “me conviertes en ti”, y luego remata diciéndole: “paso a ser tú”. En este desdoblamiento y a lo largo de toda la obra, asistimos a la robustez, a la lozanía tan maravillosa de la juventud, hasta llegar al devenir inexpugnable de la vejez, pero con una lucidez intacta capaz de rememorar hasta el más mínimo detalle. Ese que se fue a los veinticinco años, que es otro y el mismo a pesar de que ahora tiene más de sesenta años, asiste al “maravilloso accidente que devuelve a un hombre a su juventud”, contando, y sobre todo, contándose a sí mismo desde la mirada del otro.

Percusión – José Balza
Percusión también tiene sus hitos de erotismo, y no me refiero solamente a la básica, exquisita y tan necesaria sexualidad de cualquier ser humano (obvio que esto también está presente), sino a un erotismo de la palabra, es decir, a la construcción de cada párrafo con notable y obvia maestría a través de la conciencia de quien te lleva con generosidad a degustar algo distinto, único y placentero. Es imposible hacer esta lectura —insisto, cualquier libro de Balza— y no sucumbir al entramado de quien escribe con destreza, dedicación y sapiencia, convirtiendo lo narrado en un objeto que va más allá de los límites obvios del discurso. Pero volviendo a lo terrenal, el narrador vive sus avatares con Nefer, con quien vivió su “primer derrumbe” y en cierto modo dio pie a su viaje, a su partida (después de viejo aún sueña con ella); luego, establece una relación bastante particular con Harry, que es todo lo opuesto a aquel, una suerte de “primo remoto” —consanguinidad forzada de por medio— a quien debe llevarse a Dawaschuwa, y una vez allí, en la ansiada ciudad, comienzan los cambios, la inevitable fragmentación de la relación cuando Harry va tomando su propio y sinuoso camino hacia la política (la supuesta revolución y a una moribunda guerrilla que nació en los 60 y dio sus últimos estertores a inicios de los años 70 en Venezuela), hasta el punto que se interroga con cierto incordio: “¿es que no hay un área psíquica en donde Harry pueda ser absolutamente verdadero?”.
Después vendrían los amores con Mariana, Luisa (o mejor dicho, con las manos de Luisa), Isidra, Leslie, hasta culminar con Janneke con quien lo corpóreo y lo espiritual alcanzó la unidad a pesar de una devastadora enfermedad: “con ella, desafío la contaminación, el dolor futuro. En la elección de pertenecerle nada mío puede quedar excluido”, dice. No es rimbombancia, no; por lo contrario, creo que al autor —y el narrador— más bien se transforma en una suerte de taxidermista de la palabra, las cuales quiere fijar en una u otra imagen inequívoca, dejándolas allí en una permanencia única y alucinante. Y en esa especie de instantánea, de fotografía que pretende perpetuar lo narrado, fija su atención para contarnos y contarse la vida misma, esa que parece desvanecerse con los años pero que se eterniza a través de la circularidad de la historia, de un ritornello constante.
El único spoiler factible que se puede hacer de Percusión alude al discurso estético, reiterarlo, porque aunque aquí se diga que el narrador tuvo sus amores con tales personajes; se diga que alcanzó a graduarse de biólogo en la universidad y con ello lograr el merecido ascenso en los Laboratorios Poche, entre otras cosas como ser obsesivo, transitorio y venir “de un país desorbitado por el petróleo”, cuando usted se entregue a la lectura borrará por completo las inocuas pistas aquí trazadas como quien se entrega virgen al primer amor, justo allí, en donde siempre percute el asombro.

José Balza y Jason Maldonado en Librería Sónica
Fun Facts:
Se lo escuché a José Balza en una entrevista y a mí me sucedió lo mismo: alguien me ve con el libro y me pregunta qué estoy leyendo. Le enseño la portada y acto seguido dice: “Percusión, ah, le gusta la música”. Y sí, hay mucha musicalidad en esta obra, venida desde la profundidad del Delta, de donde viene el propio escritor.
En la edición de Babelia del pasado 15 de julio, entre otras obras de autores venezolanos, mencionan Percusión dentro de “la nueva literatura venezolana”. Bueno, fue publicada por primera vez en 1982. Pero no importa, con tal de que la lean, bien vale que la cataloguen como sea.
20 puntos venezolanos para la Editorial Cátedra y Juan Carlos Chirinos por esta cuidada edición (7 puntos en Chile, 10 en España).
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Licenciado en Letras y escritor.
Columnista en The Wynwood Times:
El ojo del vientre