
Estrépito, batahola y aquelarre porque un hombre besa a una mujer por sorpresa. Socarronería, burla y guasa cuando una mujer de manera inesperada besa a un hombre.
Fuimos testigos de ambas situaciones en las plataformas sociales y damos por sentado todo. De inmediato surgieron acusaciones con la algarabía consabida. Por un lado, víctima y victimario: aquella que no consiente y el abusivo de turno. Por el otro lado, una resuelta dueña de un caballo le da un beso a un despabilado jinete y suenan los grillitos.

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¿Por qué un hecho similar con cobertura mediática idéntica no causa la misma reacción acalorada y agresiva?
La instantánea de un momento captado por las cámaras de reporteros o fotógrafos en eventos deportivos o artísticos no muestra ni prólogo ni epílogo, todo lo desconocemos. Las historias que se urden al centro de las polémicas son solo especulación. Opinamos sobre lo que vemos, aquello que nos parece evidente para arrimarnos de un lado o del otro. Pero no hay relación posible entre ambas situaciones. En los dos casos el impulso de la emoción salta con su carga espontánea, suponemos o eso creemos ver.
Sin embargo hay un problema cuando empiezan a salir otros videos de dispositivos personales que cambian el panorama de la que es considerada perjudicada. Vemos entonces el relato de un hecho baladí hecho chiste entre chicas, una sorpresa que movió a la risa. ¿Y la furia, la vergüenza y la vejación?

¿Quién tiene la razón? ¿Dónde está la verdad?
Para el feminismo, con su dedo acusador siempre listo, las incriminaciones son raudas. Se disparan los insultos, se consolida el ardiente círculo de estrógeno solidario y todo es una vorágine de inculpaciones, deméritos y sanciones. ¿Y cuando una mujer besa sin el consentimiento del varón por qué no es reprendida? ¿Acaso un hombre debe sentirse agradado de que una mujer le estampe un beso inesperado? Aquí recuerdo las reacciones en tribunales ante las denuncias de acoso o violencia que hacen los hombres violentados: son estigmatizados y pasan a ser objeto de chiste.
Como perteneciente a la GenX vivo de sorpresa en sorpresa. Las redes enredan, nada es lo que parece y las burlas corren al lado de las injurias, a veces tomadas de la mano. Mientras tanto esa guerra entre sexos no cesa, parece incrementarse en un movimiento que pretende aniquilar todo vestigio de testosterona… supongo que a la larga incluirán erradicar el porcentaje que tenemos cada mujer en nuestros cuerpos.
El abusador debe ser sancionado. La abusadora por igual. Ambos representan el poder, y en las dos situaciones las justificaciones fallan. Solamente se ve claro que el respeto por el espacio personal quedó fuera de la foto.
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Escritora y cronista.
Columnista en The Wynwood Times:
Vicisitudes de una madre millennial / Manifiesto de una Gen X