Un sábado a las 8:00 de la noche había pautado una entrevista con la escritura mexicana Sofía Segovia por medio del método predilecto de comunicación social: Instagram.

Sería una conversación para hablar de su afamada novela “El murmullo de las abejas”. Dicha novela ha sido traducida a varios idiomas con ventas que superan el millón de copias. Esta obra revitaliza el género del realismo mágico y, a su vez, brinda una nueva oportunidad para lectores, nuevos lectores, aspirantes a escritores y creativos de adentrarse en un mundo mágico que vive en el libro y, al salir al mundo real, ver cómo el mundo dentro de la novela se extrapola a la realidad.

Mi entrevista con la escritora mexicana no estuvo exenta de magia. Habíamos quedado de vernos a las 8:00 de la noche y conectar nuestras cámaras y micrófonos en una sesión de Instagram en vivo. Cuando me conecté, estaba todo dado para la entrevista, pero faltaba el elemento más importante de todos: Faltaba Sofía Segovia. Viví minutos en pena agotando mis posibilidades de contactarla por mail y mensajes directos hasta que desistí y cerré la sesión derrotada pensando que este no sería el día para hablar con la escritora. Ya con las manos en la cara, recibí un mensaje. 

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Decía algo así: “Perdona, Nanda, me he distraído escribiendo. Aquí estoy lista para charlar. Sofía.”

El alma me volvió al cuerpo e hizo una pausa en la palabra distraída. ¿Cómo podría un escritor apegado al oficio aún distraerse en la historia que cuenta? ¿De qué se trataba todo eso de ser uno con la historia? No hace mucho había escuchado alguna entrevista de Mariana Enríquez donde decía que su proceso de escritura era una forma de trabajar.  No fue el único referente que habló de estas ideas, lo había leído también en un par de libros de escritores prolíficos y admitían que, ya luego de cierto nivel alcanzado, luego de cierto de éxito en la literatura, el proceso se volvía sino, monótono, cotidiano.

Pensé inmediatamente en las enseñanzas que nos han dado desde el comienzo de los tiempos cuando nos dicen que la monotonía mata todo amor. Me costaba separarme de ese amor donde se degusta un texto, no como un escritor sino como un crítico que no consigue en ninguna parte la belleza. Mientras más leía, y más pensaba que dicho apego y dicho amor tendría que alguna vez diluirse si se quería escribir algo que valiese, allí estaba yo, frente a un mail, diciéndome que se había retrasado la cita porque la escritura la había distraído. Para mí, más bien, la había enamorado.

La novela “El murmullo de las abejas” de Sofía Segovia ha cautivado a millones de lectores. Podría ser por el trazado fino de sus personajes, por la magia que se dibuja en Linares y Monterrey, pero, quizá, lo que ata al lector a esta historia no se escucha con tanta facilidad. Se debe a uno de los sentidos que desarrolla uno de los personajes principales, llamado Simonopio:  Escuchar. El murmullo no lleva su nombre a dedo. Para Sofia, quizá ese murmullo sea lo que, para mí, es el amor.

Escuchar a la escritora hablar de sus procesos creativos deja una de las enseñanzas más importantes de esta columna “Mientras escribo”.

¿Recuerdas cuando escribiste tu primera historia?

Fíjate que hay algo curioso. Una amiga mía tiene recortes del periódico dónde se publicaron unos cuentos del salón cuando niños. Yo escribí una historia de un oso polar. Lo curioso es que las demás historias eran cortas, la mía era muy larga. Ahí creo que ya sabía que sería novelista.

Estudiaste comunicación y no literatura. ¿Por qué?

Sofía: Monterrey es una ciudad que ahora disfruta y espera arte. Pero esto nos tocó juntos, a la ciudad y a mí. Mi familia me decía que iba a ser escritora, y fui comunicadora. Ser novelista es otro salto. Entonces en el año 2000 cuando tenía 35 (tú eres muy joven, Nanda, para acordarte de eso), dijeron que se iba a acabar el mundo. No creía que se acabaría, pero sí que tenía muchas cosas que mostrar. Todo lo que hacía en la escritura hasta ahora era por comisión, pero me preguntaba, ¿y lo mío qué? Me firmé en un taller de creación literaria y me preguntaron, ¿de qué se trata tu novela? Me dije, ¡Alto! ¿Se vale ya soñar con eso?

¿Dirías que tu murmullo lo escuchaste cuando te dijeron que se iba a acabar el mundo?

¡Exactamente! Fin del mundo, pandemia… Ojalá no tuviéramos que escuchar esto para escuchar lo que se dice en el silencio, pero si se vale de esto para hacerlo, pues…

Entonces, estas situaciones sacan lo mejor de nosotros.

Me parece que solo si las dejamos.

A muchos les dará miedo tirarse al agua y arriesgarlo todo al escribir.

Los jóvenes se permiten muchos más sueños. Nosotros batallamos mucho más, nos creíamos esto de que el futuro es de los jóvenes. Pero, es una trampa para jóvenes y adultos. Cuando se es viejo, ¿habrá que dejar de soñar? Creo que hay que alejarse de este pensamiento, vivir cada día con intensidad y descubrirse. La mejor compañía empieza con el silencio y, en esa quietud, escuchar ese murmullo.

En “El murmullo de las abejas”, personaje “Simonopio” solo dice ajá, y es, quizá, uno de los personajes más humanos de la novela. ¿Por qué?

Sí, fue uno de los desafíos más grandes. Haber logrado que se quedara tanto con los lectores, creo que fue porque primero se quedó conmigo. A veces, para lograr un cambio, no hay que ser tan dramático, tan ruidoso, a veces se logra con el silencio.

¿Cómo construyes tus novelas?

Empiezo por saber a dónde voy y escribo el final. No me gusta saber el medio. Sé donde se ubica todo, en el momento histórico, me ayuda en la cronología y me establezco metas, pero hasta ahí. Siento que soy una escritora muy instintiva y escribo por la tripa. La tripa hace uso de los recursos que uso. Mi creatividad radica en la mente, pero en la mente también habitan las dudas. En la tripa no, no caben. La mente sigue a la tripa y se da.

¿Cómo gestas las ideas que se convierten en novelas?

Hay muchos datos en la mente. Piensas en un huracán que viviste en Cozumel y un viejo diciendo algo por las líneas de “y dicen… que un huracán va a empezar”. Así empezó “Huracán”. Con el murmullo, pensé: Quiero contar algo que ni México sabe.

A veces la ficción nos sirve más que el periódico para aprender. Nos ayuda a empatizar.

Sofía Segovia

Has dicho antes que las historias regionales se convierten en novelas y que los escritores mexicanos deberían narrar hacia afuera. ¿Por qué?

Algo que me mueve mucho es la historia esta del estereotipo. Cuando cuentas una historia desde un único punto de vista, alguien bueno y alguien malo, sucede algo terrible que se llama estereotipo. Siento que México es muy estereotipado por factores internos y externos. Así nos lo contamos nosotros. La literatura tradicional cuenta al mexicano de una sola manera. A mí me gusta romper con esa cadena. Sí, es una cadena y es difícil querer pertenecer a ese México que se cuenta en un cajón pequeño. Trato de romper con estas figuras y narrativas tradicionales y de buscar nuevos caminos. Un país tan grande y diverso tiene muchas historias que contar. No debemos tenerle miedo a esa realidad histórica. Al contrario, nos enriquece y enriquece también a la visión del mundo de México.

Imaginemos a todos los escritores que forman parte de cursos de preparación de escritura y talleres de creación literaria. ¿Qué consejo le darías a un escritor que esté detrás de su murmullo? 

Me encanta que estén en un taller de escritura. La mejor maestra les dirá que el mejor consejo es leer, y es verdad. Hay también que despojarse de los miedos. Escribir con valentía, evitar escuchar los fantasmas que te dicen cuidado con esa coma o, ¿por qué vas a crear un personaje que no habla?

Cerremos con esta oración. Escribir, para Sofía, es…

Es un gozo y es un descubrimiento. Es un trance. Ahí lo encuentro. Es la puerta al mundo y muchas más cosas, pero no tan importante como leer.

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